El Bienaventurado Martín veía en los enfermos, en los pobres y afligidos a los miembros del Cuerpo Místico de Cristo. Una vez descubrió a un viejo pordiosero cubierto de llagas y casi desnudo. Martín lo llevó a su celda y lo acostó en su propia cama. Le procuró cuanto necesitaba y le atendió con solicitud hasta que recobró la salud. Fue severamente criticado por uno de los Hermanos que sostuvo refunfuñando que Martín no había debido ceder su cama a un pordiosero de tan desagradable suciedad. A esto replicó Martín:
"La compasión, mi querido Hermano, es preferible a la limpieza. Recuerde que yo puedo limpiar mis sábanas fácilmente usando un poco de agua y jabón, pero ningún torrente de lágrimas podría limpiar mi alma de la mancha que un acto de desafecto a un infeliz podría causar”
Extracto tomado de “Conozca a Fray Martín de Porres: breve historia de su vida” (1951). Palencia. Convento de San Pablo
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"...Él sabía que Cristo Jesús padeció por nosotros y, cegado con nuestros pecados, subió al leño, y por esto tuvo un amor especial a Jesús crucificado, de tal modo que, al contemplar sus atroces sufrimientos, no podía evitar el derramar abundantes lágrimas. Tuvo también una singular devoción al santísimo sacramento de la eucaristía, al que dedicaba con frecuencia largas horas de oculta adoración ante el sagrario, deseando nutrirse de él con la máxima frecuencia que le era posible.
Además, san Martín, obedeciendo el mandato del divino Maestro, se ejercitaba intensamente en la caridad para con sus hermanos, caridad que era fruto de su fe íntegra y de su humildad. Amaba a sus prójimos, porque los consideraba verdaderos hijos de Dios y hermanos suyos; y los amaba aún más que a sí mismo, ya que, por su humildad, los tenía a todos por más justos y perfectos que él.
Disculpaba los errores de los demás; perdonaba las más graves injurias, pues estaba convencido que era mucho más lo que merecía por sus pecados; ponía todo su empeño en retornar al buen camino a los pecadores; socorría con amor a los enfermos; procuraba comida, vestido y medicinas a los pobres; en la medida que le era posible, ayudaba a los agricultores y a los negros y mulatos, que, por aquel tiempo, eran tratados como esclavos de la más baja condición, lo que le valió, por parte del pueblo, el apelativo de «Martín de la caridad»..."
Fragmento de la homilía pronunciada por el papa San Juan XXIII
en la canonización de san Martín de Porres, que rezamos con devoción
en el oficio de lecturas en el día de su onomástico.
ORACIÓN: Señor, Dios nuestro, que llevaste a san Martín de Porres a la gloria celestial, por medio de una vida escondida y humilde, concédenos seguir de tal manera sus ejemplos, que merezcamos, como él, ser llevados al cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén
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