miércoles, 27 de mayo de 2015

Papa Francisco: "3 cosas nos alejan de Jesús: las riquezas, la vanidad y el orgullo" "Que feo es ver a un cristiano que busca seguir a Jesús y a los bienes"

Publicamos las 2 estupendas homilías que ha hecho el Papa Francisco ayer y anteayer en Santa Marta sobre las riquezas:
Homilía del Papa Francisco en Santa Marta, de el día 25 de mayo de 2015

"Acabamos de leer el famoso episodio narrado por san Marcos (cfr. Mc 10,17-27) del joven rico que encuentra a Jesús, y entusiasmado le pide seguirlo, y asegura que vive desde siempre los mandamientos. Pero luego cambia absolutamente de humor y de actitud cuando el Maestro le comunica el último paso a dar, lo que le falta: vender todos los bienes, darlos a los pobres y seguirle. De golpe, la alegría y la esperanza desaparecen en aquel muchacho, porque no quiere renunciar a sus riquezas.
El apegamiento a las riquezas es el comienzo de todo tipo de corrupción, en todas partes: corrupción personal, corrupción en los negocios, también la pequeña corrupción comercial, de esos que quitan 50 gramos al peso justo, corrupción política, corrupción en la educación… ¿Por qué? Porque los que viven apegados a su poder, a sus riquezas, se creen en el Paraíso, pero están encerrados, no tienen horizonte ni esperanza. ¡Y, al final, tendrán que dejarlo todo!
¡Hay un misterio en la posesión de las riquezas! Tienen la capacidad de seducirnos y hacernos creer que estamos en el Paraíso terrenal. En cambio, ese paraíso terrenal es un lugar sin horizonte, como un barrio que recuerdo haber visto en los años setenta, habitado por gente acomodada, con un muro para defenderse de los ladrones: se habían encerrado literalmente, rodeados por una muralla, perdiendo todas las vistas. Vivir sin horizonte es una vida estéril, vivir sin esperanza es una vida triste. 
El apegamiento a las riquezas nos produce tristeza y nos hace estériles. Digo apegamiento, no digo administrar bien las riquezas, porque las riquezas son para el bien común, para todos. Y si el Señor se las da a una persona es para que las emplee en bien de todos, no solo para sí mismo, no para que las encierre en su corazón porque luego se vuelve corrupto y triste. Las riquezas sin generosidad nos hacen creer que somos poderosos, como Dios. Pero, al final, nos quitan lo mejor, la esperanza.
Sin embargo, Jesús indica en el Evangelio cuál es la manera justa de vivir una abundancia de bienes. La primera Bienaventuranza: Bienaventurados los pobres de espíritu, es decir, despojarse del apegamiento y hacer que las riquezas que el Señor nos ha dado sean para el bien común. Es la única manera. Abrir la mano, abrir el corazón, abrir el horizonte. Pero si tienes la mano cerrada, y el corazón cerrado como aquel hombre que daba banquetes y vestía lujosamente, no tienes horizontes, no ves a los demás que pasan necesidad, y acabarás como aquel hombre: alejado de Dios."
Homilía del Papa Francisco en Santa Marta, de el día 26 de mayo de 2015

"Pedro pregunta a Jesús qué tendrían a cambio los discípulos por seguirlo (cfr. Mc 10,28-31), una pregunta planteada después de que el Señor hubiera dicho al joven rico —lo vimos ayer— que vendiera todos sus bienes y los diera a los pobres. Y es un diálogo de gran actualidad.
Jesús responde en dirección distinta a la que esperaban los discípulos: no habla de riquezas, promete en cambio heredar el Reino de los cielos, pero con persecución, con la cruz. Por eso, si un cristiano está apegado a los bienes, da muy mala imagen como cristiano, pues quiere tener dos cosas: el cielo y la tierra. La piedra de toque, precisamente, es lo que Jesús dice: la cruz, las persecuciones. Lo que supone negarse a sí mismo, sufrir cada día la cruz. Los discípulos tenían esa tentación, seguir a Jesús, pero luego, ¿cuál será el final de este negocio? Pensemos en la madre de Santiago y Juan, cuando pidió a Jesús un puesto para sus hijos: A este me lo haces primer ministro, y a este ministro de economía, mostrando un interés mundano al seguir a Jesús.
Pero luego, el corazón de los discípulos fue purificado, hasta Pentecostés, cuando lo entendieron todo. La gratuidad al seguir a Jesús es la respuesta a la gratuidad del amor y de la salvación que nos da Jesús. Por eso, si se quiere ir tanto con Jesús como con el mundo, con la pobreza y con la riqueza, eso es un cristianismo a medias, que quiere una ganancia material. Es el espíritu de la mundanidad. Ese cristiano —ya lo decía el profeta Elías— cojea de las dos piernas (cfr. 1Re 18,21) porque no sabe lo que quiere.
Para entenderlo, recordad que Jesús anuncia que los primeros serán los últimos y los últimos los primeros, es decir, el que se crea o sea más grande, debe hacerse servidor, el más pequeño. Seguir a Jesús, desde el punto de vista humano, no es un buen negocio: ¡es servir! Así lo hizo Él. 
Y si el Señor te da la posibilidad de ser el primero, debes comportarte como el último, o sea, en el servicio. Y si el Señor te da la posibilidad de tener bienes, debes demostrarlo en el servicio, o sea, con los demás. 
Porque hay tres cosas, tres escalones, que nos alejan de Jesús:
-las riquezas,-la vanidad-el orgullo.
Por eso son tan peligrosas las riquezas, porque te llevan en seguida a la vanidad y te crees importante. Y cuando te crees importante, ¡se te sube a la cabeza y te pierdes!

El camino señalado por el Señor es el desprendimiento, como Él hizo y aconsejó: quien quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo (Mt 20,27). Este trabajo con los discípulos le costó mucho a Jesús, mucho tiempo, porque no le entendían. Por eso, también nosotros debemos pedirle: ¿Nos enseñas ese camino, esa ciencia del servicio, la ciencia de la humildad, la ciencia de ser los últimos para servir a los hermanos y hermanas de la Iglesia? 
Es muy feo ver a un cristiano, ya sea laico, consagrado, sacerdote u obispo, que quiera las dos cosas: seguir a Jesús y los bienes, seguir a Jesús y la mundanidad. ¡Es un mal ejemplo que aleja a la gente de Jesús!
Continuemos la celebración de la Eucaristía, pensando en la pregunta de Pedro: Lo hemos dejado todo: ¿cómo nos pagarás?, y pensando en la respuesta de Jesús. El precio que nos dará es la semejanza con Él. Ese será el estipendio: ¡gran estipendio, parecerse a Jesús!"

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